martes, 22 de febrero de 2011

Princesas

Mi amiga Magda me contaba el otro día que ha llegado a la conclusión que somos hermanas astrales. Ella y yo vivimos entre los 400 kilómetros que separan Barcelona y Valencia, pero nuestra amistad está tan unida y vinculada al día a día, que la distancia no importa. Y así hemos llegado hasta un vínculo cercano y extraño en nuestras vidas: si a una le duele la espalda, la otra siente ese dolor en el mismo sitio; si una sueña con pesadillas, la otra también las tiene. Es una conexión extraña que incluso nos sorprende a nosotras, así que imaginaros a la gente que nos ve desde fuera. Así que, después de varios días sintiendo ambas el mismo cansancio atroz, Magda llegó a ésa conclusión, argumentando con toda seriedad que la conexión de nuestra amistad conlleva que yo también reciba los efectos secundarios que siente ella como consecuencia del bebé que crece en su vientre. Si eso es cierto, ya puedo prepararme en mayo, cuando llegue el momento de recibir a su pequeño A. con los brazos abiertos... Eso sí: que tenga claro que en el futuro se lo haré pagar con creces e intereses.

No sé si existen las hermanas astrales conectadas, pero sí sé que hace unas semanas que no puedo con este cansancio que me azota. A veces lo noto nada más levantarme –con el fastidio que eso conlleva– y otras cuando llego a casa, sobre las seis y media, momento en que sólo pienso en tumbarme en el sofá. No sé qué me pasa, pero sinceramente estoy que me arrastro por los suelos desde hace días, y en eso pensaba precisamente hace pocos días, cuando me dirigía hacia el nuevo salón de belleza especializado en manicuras y pedicuras, Yass&Co (Avda. Diagonal, 604) para entrevistar a Yasmina Meftah, su fundadora. Temía que Yasmina notara mi cansancio indisimulable y mi entrevista fuera una sincera porquería, pero sólo con cruzar la puerta de su precioso salón mi estado de ánimo empezó a mutar sospechosamente. Vale, sí, lo sé: soy una loca de la cosmética y no hace falta un salón de belleza demasiado pretencioso para ponerme de buen humor. Pero el caso de Yass&Co fue extrañamente especial. Yasmina ha creado este espacio como quien da a luz a un hijo, y realmente ha conseguido crear una atmósfera única, envolvente y especial. No es de extrañar: sólo con verla avanzar para recibirme ya percibí en ella una personalidad decidida que sólo tienen aquellos que viven la vida con paso firme.





Yass&Co no es un salón de belleza al uso. Su decoración te transporta a los más bellos salones parisinos, con ese papel de pared tan Miss Dior, tan Chanel y tan Annick Goutal. Además, mi recibimiento con unos deliciosos macaroons (¡ahí ya me ganaron del todo!) y un café calentito, consiguió que mi mente empezara a dejar a un lado todo el estrés que me genera últimamente la revista. Pero lo mejor estaba por llegar. En medio de nuestra entrevista, Yasmina se empeñó en que probara sus protocolos en primera persona. Ni corta ni perezosa, me puso en manos de Brayan, un jovencísimo manicurista que, de un plumazo, cambió mis horrosas manos, castigadas por el frío, en manos de princesa. Todo gracias a su formación y experiencia, y a la manicura Shellac, un nuevo producto que se aplica en la uña como un esmalte normal, pero con el que mantienes un brillo precioso, perfecto, sin desgaste ni descascarillado durante 14 días –básicamente debido al crecimiento de la uña, que empezaría a notarse si se mantuviera más días–. Las incrédulas, creédme: hoy es mi día 13 y creo que todavía podré mantenerlo hasta el jueves, cuando Magda venga de Valencia y pueda verlo por sí misma. Como os decía: un tratamiento de princesa que el manicurista culminó con un excelente masaje de brazos y manos que me dejó totalmente K.O... ¿cansancio? ¿dónde estás?

Después de mi experiencia, os recomiendo encarecidamente el salón a todas las que estéis por Barcelona: con sus cuidados exclusivos, en Yass&Co todas somos celebrities, reinas y princesas. Yo, empezando decaída, ese jueves salí tan animada que rematé una tarde repleta de belleza y relax del mejor modo posible: con la compañía de mi amiga Marta, unos mojitos, unos nachos y nuestras historias. ¿Dónde? No podía ser en otro lugar: en el Princesa 23, de la calle Princesa.